El agua y los niños son una combinación perfecta. Pasados los primeros cuatro meses de vida, y en unas condiciones adecuadas a sus necesidades, trabajamos con ellos en el agua de la mano de sus padres. Aunque no lo creáis es muy importante que el padre o la madre acompañe a su hijo en su nueva aventura acuática. De esta manera se estrechan los lazos afectivos. Los niños se sienten seguros al verse acompañados por ellos. Disfrutan de ver como durante 45 minutos sus adultos de referencia tienen su atención concentrada en ellos.
Somos defensores de que se inicien cuanto antes en el medio acuático. Cuanto más pequeños comienzan más fácil les resulta. Abren los ojos sin miedo, se mueven de forma expontánea e incluso mantienen la respiración. A partir de los 9 meses ya pierden reflejos naturales y comienzan a sentir más desconfianza de un medio que les resulta menos familiar.
Por qué debe aprender a nadar un bebé
Pero, no nos llevemos a engaño, en los primeros 24 meses de vida los niños no aprenden a nadar. Es más bien una actividad lúdica, una aproximación al medio acuático. En el agua desarrollan la psicomotricidad, mejoran sus movimientos, el gateo…Se trata de ofrecerles la posibilidad de que experimenten, vivan emociones, exploren, jueguen y se sientan cómodos. El niño se va adaptando poco a poco al tiempo que desarrolla su organismo, convierte sus movimientos en algo funcional, domina sus destrezas y establece sus actitudes de supervivencia.
Pero además, cada actividad, cada ejercicio está programado. Avanzan sobre él y realizan repeticiones de los movimientos con juegos distintos para estimularlos y llamar su atención. Se trabaja la familiarización, la respiración, la flotación y la propulsión a través de tareas específicas para conocer el medio y afianzar la confianza personal.
Son muchos los beneficios para el niño. Mejoran la capacidad respiratoria, el equilibrio, regulan la circulación sanguínea, se estimula el sistema inmunológico, el cardiovascular.
Pero, sobre todo, están cómodos, no sienten frío y reciben estímulos a través de la música, los juegos, las luces y a la ambientación. Y, lo más importante, comparten tiempo y espacio en una actividad en la que se sienten felices.